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Barcelona hace su agosto: de la mochila al trolley

Alos hechos me remito. En medio de la caída libre de los precios de las habitaciones (promedio de 120 euros la noche en 2008, bajando a 99,4 euros en el 2010, e iniciando una recuperación en el primer semestre del 2011 con 104 euros; mientras crecía la oferta de plazas desde 27.806 entre 295 hoteles en el 2007, hasta 32.335 habitaciones con 336, a mediados del 2011, previéndose terminar el año con ocho aperturas a las que se sumaran doce en 2012 y 13 en el 2013) y con un promedio de ocupación estancado en el 72% (parece que se llegará al 90%), las campañas de promoción turística, junto a una reactivación del tráfico aéreo en el Prat (20,7 millones de pasajeros en vuelos low cost, lo que le da, a esta modalidad, un share del 57% y hace del Prat el número dos tras el de Palma) creciendo un 15,5% sobre el año anterior; un AVE acercando ciudades y un puerto que, el pasado 20 de agosto, con el atraque de ocho grandes cruceros (que han hecho de los muelles de Barcelona, ciudad portuaria líder en Europa, aportando 3,5 millones de pasajeros al año, gastando 260 millones de euros) puso en las calles de la Ciudad Condal a 30.000 turistas; más un sector autocarista que desembarca cada día turistas de destinos tan lejanos como Salou al sur o Platja d´Aro al norte, lo cierto es que Barcelona ha hecho, realmente, su agosto.

En términos generales, al final de verano, es posible que sea cierto que los hoteleros habrán cuadrado cuentas mejor que los restauradores. Pero, es evidente que aquellos, en Barcelona, con su política de desconcentración de nuevos edificios, lejos de Ciutat Vella (que aglutinaba el 40% de las plazas) han permitido que bares, cafeterías y restaurantes de barrios o zonas en las que nunca se había visto un turista, ahora desayunen (¡lo que cuesta que abran antes de las ocho de la mañana!), coman o cenen fuera del eje Diagonal Mar-Barceloneta-Ramblas-Raval-Ciutat Vella y hagan que las calles más recónditas se llenen de personas con sus trolleys de aquí para allá, buscando esos hoteles que los nuevos grupos empresariales (NN, Amrey, Apsis, Catalonia… procedentes de la construcción residencial) secundando la histórica labor de grupos familiares (como los Gargallo, Soldevila, Gaspart o Borrell) han abierto en barrios no eminentemente caracterizados por una tradicional oferta turística de sol y playa.

Y hablo de trolleys porque esa figura de una adulta pareja o un grupo de jóvenes arrastrando por las calles de Barcelona tal tipo de valija, vital para volar con Ryanair (ya ha transportado tres millones de pasajeros al Prat con un incremento de un 43% sobre el año anterior, principalmente de Inglaterra y Alemania) debe ser recibida como muestra de un trascendental cambio que deja en segundo lugar al turismo de mochila, y cuyos protagonistas (esencialmente los que se deciden por un gap year) peligrosamente se había fijado en Barcelona, situándola alineada con plazas como las de Koh Tao en Asia, o el Cabo de San Lucas en Mesoamérica, buscando algún tipo de Fullmoon Party, en plazas donde las tres S (por no añadir una cuarta) resumían los motivos de su viaje: sun, sand y sangría (ver lo que sucede en Salou o Lloret gracias a conspicuos tour operators).

Capacidad adquisitiva
Este porteador de trolley identifica ahora a una persona con capacidad adquisitiva (desde un erasmista a una vendedora de un marquista retail) que está más cerca de los 2.000 euros al mes que de la renta de inserción, que valora la oferta cultural de la ciudad, pero también la gastronómica y que es capaz de hacer cola en Cervecería Catalana para degustar sus tapas y hasta frecuentar los restaurantes del grupo Tragaluz, pero sin menoscabo de desayunar en alguno de los Buenas Migas, Crustó, El Fornet, o Bopan, comer en los bares de tapas de la derecha del Ensanche (sede de despachos de abogados, notarios…) o comprar un ticket del bus turístico para llegar hasta el Monasterio de Pedralbes, abandonando así la preferencia de otros enclaves que ya no se pueden considerar como los únicos e imprescindibles, para hacerse una idea sobre hospitalidad, riqueza cultural y gastronómica.

Porque no hay que olvidar que, según un estudio, promovido por el Ayuntamiento y Turisme de Barcelona, en 2009 el turismo aportó a la ciudad 20 millones de euros cada día, de los que un 25% se queda en bares, cafeterías y restaurantes. Según otro estudio, el de la UAB, el gasto turístico en Cataluña se elevará en 2011 a 10.727 millones de euros (un 2% más que en 2010).

Bienvenido pues el trolley, sin menosprecio de la mochila y a la espera de que las empresas de transporte den facilidades para el uso de maletas: que no se pierdan en los aeropuertos, que quepan en los vagones del Ave… y que hagan que de nuevo proliferen en los hoteles, los profesionales que componen el bell staff.

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