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El gato que llegó de La Habana

Tanto Bigote de Gato como Gato Tuerto eran, aparte de Floridita y La Bodeguita del Medio, los únicos locales que veían amanecer en la capital cubana. Gato Tuerto tenía además otros atractivos: por ejemplo, que su barman era un artista. No sólo sirviendo cócteles, sino con la trompeta que, al ritmo que fuese menester, tocaba detrás de la barra. Todo un lujo.

Pero la tierra llama. Aunque maravillados por el ambiente y la noche cubanos, los propietarios de Gato Tuerto decidieron exportar el concepto a su patria y, tras cuarenta años de andadura en Cuba, el primer local español abría sus puertas en la localidad de Pola de Siero. Corría el año 2000. No era una tarea sencilla adecuar el espíritu de La Habana al nuevo local, pero se conseguía: se remodelaba un viejo edificio de la calle Los Peligros, se recuperaban materiales como las maderas nobles, piedra, estucados, muebles botelleros… y, lo más importante, a los buenos cócteles se le unían las actuaciones musicales en directo.

Después, la tercera gran fecha de esta historia la constituyó el año 2006, en el que nacía el tercer Gato Tuerto, el local de Gijón, que suponía la puesta en marcha de un sistema de franquicias.

Gato Tuerto en Gijón
La oferta de Gato Tuerto en Gijón es algo más amplia que la de sus locales hermanos. Por supuesto, no faltan los excelentes combinados, procedentes tanto de Cuba como del resto del mundo, pero a éstos se les une una buena oferta de desayunos; aperitivos; y menús basados en sándwiches y ensaladas. Y, como no, actuaciones en vivo, no sólo musicales, sino monólogos, fiestas temáticas y casi cualquier variedad de eventos.

En palabras de sus creadores, “Gato Tuerto es un lugar donde empezar y acabar el día será un placer”. Tanto por su oferta culinaria, que puede llevarse a casa o a la oficina, como por el ambiente o sus eventos. El enclave en el que se encuentra situado, un antiguo museo gijonés, un chalet rehabilitado, está decorado en brillantes tonos rojos, negros y blancos y, por doquier, se ven representaciones del minino que presta su nombre al establecimiento, e imágenes cubanas colgando de sus paredes. En sus numerosos reservados, proliferan las presentaciones empresariales, ya que, para empresas de más de veinte empleados, el local ofrece su tarjeta de empresa, con descuentos y ventajas similares a los que pueden disfrutar los miembros del Club Gato Tuerto.

Por una parte está la cafetería- bar, donde el mobiliario está más destinado al relax que a la animación nocturna. Aún así, se trata de un ambiente en el que tomar las primeras copas, para después acceder a la zona de marcha, propiamente dicha. El área de copas, separada del resto del local, donde predomina un contexto más festivo.

A lo largo del día, la zona de copas es el lugar que sirve de refugio para los clientes fumadores; durante la noche, la estancia, presidida por una barra central móvil que puede desplazarse a voluntad, dependiendo de los eventos que se celebren, acoge a cualquiera con ganas de fiesta. En dicha estancia existe la posibilidad de bajar un escenario para el desarrollo actividades y, como valor añadido para la diversión, los espacios destinados a las gogós también son automáticos, apareciendo y desapareciendo a voluntad.

El concepto ha funcionado. Primero lo hizo en Cuba, y actualmente en Asturias, por eso los planes de la cadena son ambiciosos. El objetivo, exportar la idea, mediante el sistema de franquicias, a toda España pero, como ellos mismos manifiestan, ésa “es otra historia…” l
Ana I. García

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