Es el caso del Cigró d’Or, un pequeño y acogedor establecimiento hostelero por el que bien merece la pena visitar la recóndita población de Gelida (Barcelona). Su artífice gastronómico es Oriol Llavina (Gelida, Barcelona , 1978), un joven chef tan emprendedor como entusiasta, que ha erigido al Cigró d’Or en lo alto de los mapas gastronómicos de la comarca.
Hijo de la tierra del Penedés, Oriol Llavina sintió pronto una imparable curiosidad por el arte de los fogones, una inquietud que fue amortiguando con sus estudios culinarios en la Escuela de Manresa (Barcelona) y con sus posteriores prácticas junto a maestros gastrónomos de la talla de Fermí Puig (Drolma, Barcelona). “Cuando tenía 14 años ya me gustaba cocinar en casa cosas sencillas, pero fue una inquietud de la que tampoco era consciente, ya que cuando era pequeño, como cualquier otro niño, sólo quería ser futbolista. Sin embargo, como no me gustaba lo de estudiar ninguna carrera, opté por la cocina, que al menos era algo que me gustaba hacer”, cuenta el chef, quien continúa recordando que “la ‘mili’ la hice realmente en el Drolma, junto con Fermí Puig, que fue mi gran maestro”. Y de él adquirió mucha técnica y destreza, tanto para manejar el fuego, como para coordinar al personal de su propio establecimiento. “Trabajar en la alta gastronomía es muy gratificante, porque tocas productos nobles y muy diferentes, pero como no soy ningún ilusionario de la cocina tenía claro que lo que quería era hacer la mía”, comenta Oriol Llavina. Así, pese a tener poco más de 20 años se armó de valor para dirigir El Cigró d’Or y reconvertirlo en un local imprescindible para conocer la orografía gastronómica de esta comarca de vinos.
Ambiente acogedor
El establecimiento no es demasiado grande, sólo para unos 40 comensales, pero en él se respira la juventud de chef y personal entero. Con un estilo muy personal, Oriol Llavina ha sabido conjugar comodidad con imaginación, y calidez con buen servicio. Así, en sala el equipo humano sirve al son de la artificiosidad y calidad de los platos que elabora en la cocina este joven chef. Platos que, inspirados en el recetario catalán, se visten de contemporaneidad, de espumas, suquets y tempuras. En su carta, que intenta cambiar al gusto de la temporada, el garbanzo es, sin lugar a dudas, el rey.
En invierno cocinado con tocino y setas, es la opción más reconfortante, aunque también se sirve como moderno aperitivo en forma de espuma. Los pescados, pocos pero suculentos, como el Bacalao con crema de puerros y patata ahumada, y las carnes, indescriptibles, con referencias como el Pato salvaje con col y lengua, la Presa ibérica con melocotón y cacao, las Pelotas de ciervo con brie, o los Canelones crujientes de pollo y foie gras. Pero si estos platos ya le han impresionado, nada mejor que seguir con los postres, que elabora el chef repostero Roc Suñé y que redondean la faena de Llavina en forma de Mus de chocolate negro con mandarina y menta, de Papaya, pepino, naranja, aceite y miel, o de Ravioli de mango, coco, maracuyá, caqui y aguacate… Todo ello, y como no podía ser menos, bañado por caldos de la tierra del Penedés, modernos y nada vistos, que sorprenden a los paladares atrevidos y agradan a los clásicos.
De esta forma, Oriol Llavina, después de llevar al frente del Cigró d’Or poco más de tres años, ha conseguido engatusar a muchos con sus espléndidas creaciones gastronómicas, originales pero sustentadas en los siempre fiables cimientos de la cocina de siempre, la de producto. l
