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Restaurante Casa Leopoldo De las recetas de la abuela a la cocina de hoy

Hay restaurantes que luchan por las buenas puntuaciones en las afamadas guías culinarias y gastronómicas, otros consiguen la inmortalidad simplemente por su condición de ser algo más que un chef, algo más que un sitio agradable o novedoso y algo más que un restaurante. Es el caso de Casa Leopoldo en Barcelona, capitaneado hoy y desde hace décadas por una mujer, Rosa Gil.

En el núcleo mítico de Barcelona, late este establecimiento desde que los inaugurara Leopoldo Gil en 1936, impasible ante los cambios coyunturales de un barrio que ha pasado de ser el más bohemio y pintoresco de la ciudad, a convertirse en el refugio de inmigrantes de más de 40 nacionalidades diferentes. En toda esta historia, el restaurante ha fraguado una más que bien merecida fama, por su línea continuista dentro de la alta calidad. Calidad de sus productos, comprados a diario en el vecino mercado de la Boquería de la Ciudad Condal; calidad por su servicio, tan profesional como experto; calidad por el recetario, enraizado en las fórmulas de antaño, siempre suculentas y nunca pasadas de moda; y calidad por el ambiente, tan especial como el local, en el que se respiran las miles de historias y anécdotas allí vividas por toreros, cantantes, escritores, políticos, fugitivos, actores, cabaretistas…

Hija y mujer de toreros
Los abuelos de Rosa Gil, Leopoldo y Elvira, fueron quienes abrieron las puertas de esta casa de comidas que, como recuerda la propia Rosa, “no fue para crear un marco destinado a satisfacer los paladares exquisitos de la época, sino para, uniendo esfuerzos, mitigar la economía precaria del momento haciendo la única cosa que sabían hacer: servir bien”. Rosa Gil, hija y esposa de toreros, ha sabido mantener con desenvoltura el prestigio y la calidad del restaurante, y le gusta recordar siempre algo su abuelo le explicaba de niña: “Me abuelo Leopoldo me explicó que el primer día de abertura sólo tuvo dos clientes, uno al mediodía y otro por la noche, pero resulta que era el mismo; mis abuelos pensaron que si el cliente había repetido era señal que les había gustado”.

De esta forma, partieron en su historia con la ilusión necesaria para hacer de Casa Leopoldo uno de los locales más conocidos del lugar. Desde su privilegiada ubicación (por aquel entonces), Casa Leopoldo dejó de ofrecer pronto la “cocina de supervivencia” para ser el refugio de artistas, actores y bohemios (que procedían tanto de Las Ramblas como del Paralelo), pero también en hogar de toreros y apoderados a los que se les servía ya por entonces deliciosos platos como el Rabo de toro estofado, la Liebre guisada y el Cap-i-pota. Sólo se cerraron las puertas de Casa Leopoldo una vez en su historia, en el año 1939. Un paréntesis pequeño a exigencia de sus fieles seguidores, que en los años 60 se reconvirtieron en pequeña burguesía.

El ‘boom’ de los 70
“El restaurante empezó a ser la prolongación de los despachos de los nuevos empresarios, enriquecidos por la incipiente industria”, recuerda Rosa, quien por aquel entonces ya ayudaba a sus padres Rosa y Germán, a su tía Alicia y a su tío Vicente. Hacia los años 70 empezaron a llenar las mesas escritores, periodistas e inquietas mentes como la de Joan Marsé, Maruja Torres y Eduardo Mendoza, aunque el más habitual era un Manuel Vázquez Montalbán enamorado del restaurante como noveló cuantiosas veces. “Casa Leopoldo era La Meca gastronómica de un barrio sin otros puntos cardinales gastronómicos que las aventuras de hambres y saciedades de los personajes de las publicaciones infantiles de posguerra. Era uno de los territorios escogidos para citas de personajes sensibles al placer de comer y beber, predispuestos a sorprenderse ante la opulencia de las bandejas de pescados y mariscos que ofrecía Germán a una clientela tan adicta como entregada a su inspiración de maître, heredero de una tradición restauradora y uno de los catalanes más expertos en cante jondo y tauromaquia”, (Historias de padres e hijo. Manuel V. Montalbán).

No hacen falta más palabras que las del que fue mejor cliente de esta casa que hoy acoge a todo tipo de clientes, “desde anarquistas a nacionalistas, banqueros y empresarios”, según explica una orgullosa Rosa Gil. Orgullosa porque sabe que sus clientes la adoran como ella los adora a ellos, demostrándolo en un recetario suculento (con el pescado y el marisco al frente y seguida por los guisos y las carnes, en recetas como la Perdiz en escabeche, la Liebre guisada, el Cabrito al pastor, los Canelones rustidos, el Revuelto de setas con colas de langostinos y láminas de salmón ahumado, la Tortilla de chanquete, las Setas de temporada salteadas con butifarra, la Cola de buey estofada, el Ossobuco, las Albóndigas con sepia y gambas, las Manitas de cerdo con ‘rovellons’ el ‘Cap-i-pota’, la Lubina con angulas, el Lenguado meunière, el Besugo a la bilbaína, las Angulas slateadas con colas de gambas, la Cazuela de pescado, etc.), una bodega adecuada (con más de un centenar de referencias) y un servicio excelente. Y también orgullosa, porque sabe que sobrevivir en una ciudad tan gastronómica como Barcelona y hacerlo entre los mejores no es tarea fácil, y menos con una receta clásica, tradicional, perdurable.

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