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Una fuerte apuesta hostelera por Barcelona en tiempos de crisis

Inmigrante andaluz, Miguel Sánchez es un hombre emprendedor y fiel a sus principios. La suya es una historia de superación y de trabajo incansable. Empezó, siendo un chaval, trabajando para un restaurante familiar. Su progresión fue lenta pero incesante, siempre en establecimientos catalanes con solera.
Desde hace más de una década ya lidera sus propios negocios. Pero hasta ahora, no ha hecho realidad su sueño: montar desde cero su propio restaurante, Miguelitos.
El salto de camarero a maître llegó en Can Font, un pequeño establecimiento barcelonés, donde estuvo nada más y nada menos que 18 años. Su primer local lo consiguió con el traslado de un clásico del centro de Barcelona: El Racó de Caspe. Allí estuvo seis años dirigiendo un próspero negocio (basado en las carnes a la brasa y el tapeo). Pero él echaba en falta dar un paso más: anhelaba una cocina de producto, con un punto más de clase. Lo consiguió hace seis años al hacerse con otro clásico del noble Eixample barcelonés: el restaurante María Cristina (abandonó entonces el Racó de Caspe). En este tiempo, el restaurante ha dado un giro hacia la cocina de producto, clásica y sin aspavientos de vanguardia. Eso sí, con un punto de lujo y clase, “la que requiere el cliente de este local”, añade el empresario hostelero.
Pronto fue tomando fuerza su auténtico sueño: montar un restaurante con barra de producto selecto y popular. No lograba, sin embargo encontrar un buen local, una ubicación ideal en una Barcelona cada vez más copada por negocios hosteleros. Finalmente, un golpe de suerte le hizo conseguir hace menos de un año un amplio local en la zona alta de la ciudad, en la regia Avenida Diagonal (al final de Vía Augusta). Milagrosamente (y gracias a sus contactos forjados por su veteranía) consiguió la licencia para un local que antes ocupaba el quebrado Fòrum Filatélico. La apertura, sin embargo, no fue fácil: desde problemas con el vecindario a ajustes en la decoración y la estructura: sólo la extracción de humos le ha supuesto una inversión de 150.000 euros. La inversión total del negocio ha sido de unos 1,2 millones de euros, que prevé amortizar en cinco años.
Su amigo, el arquitecto y decorador Manuel Domínguez, del Grupo Engrasi, le animó para convertir esos 500 metros cuadrados en un moderno restaurante con dos zonas claramente diferenciadas: salón comedor elegante pero vanguardista, y una entrada luminosa y funcional, con barra de producto y mesas altas para el picoteo. El restaurante lo bautizó con el nombre de su hijo (que también está en el negocio): Miguelitos, un nombre que no ha quedado exento de polémica. “Muchos me han dicho que parece nombre de franquicia, incluso que no pega con la zona donde está, pero yo tenía claro que si abría desde el principio un restaurante se llamaría como yo y mi hijo, me da igual que lo etiqueten de lo que sea”, sentencia Miguel Sánchez.
Además del apoyo del decorador Domínguez, en el negocio, que ha abierto en plena crisis económica, cuenta con un socio, el chef José Lázaro, con quien lleva trabajando más de dos décadas. Él se encarga de una cocina donde el producto fresco es el protagonista: alcachofas rebozadas, tomate con ventresca, croquetas de pescado o de jamón, pimientos del padrón, tortilla de camarones… para el picoteo de la barra y platos que van de la escudella catalana al cogote de merluza a la vasca, pasando por carnes a la brasa, y verduras del tiempo. “Todo lo compro a mis proveedores de siempre –llevo con ellos más de 25 años, porque no me han fallado nunca ni en la calidad ni en la fidelidad-, intento que sean productos nacionales y de temporada”, explica Miguel Sánchez. El resultado es un restaurante con dos conceptos, aunque ambos basados en la cocina de mercado. l María Márquez

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