Eso creo que lo escribió Alejo Carpentier en “El Siglo de las Luces” y, aunque reconozco que estará fuera de contexto, me sirve para arrancar con la primera reflexión del año, que viene muy condicionada por el atropello al ciudadano (ahora que gracias a la seguridad vial han bajado los accidentes) que supone la aplicación de la ley sobre prohibición de fumar en determinados espacios.
Pero no vamos a comentar nada más sobre ese humo que ciega los ojos del legislador, porque para argumentos los que exhiben los directivos de la FEHR, llenos de razón y de anticipación en anunciar una nueva crisis, que se montará sobre las espaldas de los empresarios de hostelería. Y que no será la última.
Creo que convenimos que esa ley aplicada-una mala ley como hay muchas más en vigor-, va a provocar un cambio, entendido como un tipo de fenómeno por el cual siempre se produce alguna alteración más o menos planificada a diferentes niveles sociales, económicos y políticos sin incluir su valoración cualitativa.
Y esa valoración cualitativa no trata de setas, ni de terrazas, ni de heróicos ediles, ni de esperar al reglamento que desarrolle la ley. Es un cambio que no significa progreso y más bien nos lleva hacia terrenos lampedusianos de que “es preciso el cambio para que todo siga igual”.
Claro, porque los ingresos fiscales del tabaco son intocables, como lo son también las tasas sobre las terrazas, sobre las licencias de apertura, los IBI y todas las obligaciones que recaen sobre las empresas de hostelería. Por eso, por querer ser empresas.
¿Porque no hablar pues de reformas, aprovechando la coyuntura actual? Dicen los que saben que “Las reformas intentan responder a la crisis. Se incorporan nuevos conceptos, nuevas formas de entender el lugar que, en este caso, la hostelería ocupa en nuestra sociedad, su rol, su función”.
Y siguen argumentando, “siempre que no sean usadas políticamente como formas de legitimaciones compensatorias: ante el déficit de legitimidad de nuestros gobiernos, de forma que no tiendan a instrumentar procesos y estrategias de fuerte contenido simbólico con poca intención real de cambio”.
Antes de que se pierdan, se trata de saber que ante la situación actual ¿qué es antes el huevo o la gallina? ¿el cambio o la reforma? Como es habitual, les canso dando ejemplos de nuestro vecino país, donde un viejo amigo es líder de un movimiento empresarial hostelero que se hace respetar, pese a no ser la gran patronal de la que, no obstante, es miembro.
Hace poco me comentaba que el tema del tabaco les preocupa: como no. Hace ahora diez años de la Ley Evin, que limitaba el consumo del tabaco y el alcohol en Francia, pero los sucesivos gobiernos no pudieron, o no quisieron, que se aplicara ¡hasta el 2008!
En cambio, su conducta con respecto a las ventajas y medidas complementarias de la bajada del tipo del IVA (tema de actualidad ya que hay quien sostenía la idoneidad de moverlo al alza) se ha convertido en el ariete que usa la hostelería francesa más dinámica, para pasar del cambio a una profunda reforma y que, para solaz gubernamental, ha servido para ser testigo directo de cómo los hosteleros han contribuído a bajar los precios, generar empleo y proceder a decidir inversiones en materia de renovación de equipamientos.
Intentemos pues que con motivo de los atropellos y las malas leyes, ni se diezmen los rebaños, ni se confundan las lenguas, ni se dispersen las tribus: actuaciones unitarias como las que la Fehr ha conseguido, en relación a la defensa de los intereses económicos de sus afiliados, ante el cambio que supone aplicar la ley que prohíbe el acceso a los establecimientos de quien desea fumar, han de continuar para, ahora sí, sentar las bases de una reforma que tienda a que la sociedad valore lo que contribuye a su consistencia actual, nivel de servicio y bienestar.
De momento, ya no podremos sostener que el restaurante o la cafetería es el segundo salón de nuestro hogar (e incluso en los más jóvenes, el primero). J
